No si los balances del año sirven para algo.
Quizas su única utilidad radique en resumir en cierta medida o a nuestra forma de ver todo lo que paso en un año.
Y la realidad es que siento que este año, me pasó de todo.
Empecé quemando un muñeco al que realmente le dedicamos pocas horas, pero que realmente fue todo un suceso en el vecindario. Con parte de mi en el este…
Tenía trabajo casi recién estrenado, sólo un mes de antigüedad. Y preparaba las vacaciones.
Mi cumpleaños este año… me trajo sorpresas. Si, por partida doble nos trajo vida a toda la familia. Pero al mismo tiempo me llenó de tristeza. Quizás mirándolo a casi un año de distancia, exageré bastante las cosas, pero a pesar de eso quedó una sensación en mi bastante amarga. En cierta forma dejó de ser “mi día”. Quizás 21 años de exclusividad fueron demasiados.
Borré un poco de melancolía huyendo yo misma, con cédula en mano para demostrar que sí! Que era legal, y me llené de sol, de sonrisas y de fotos.
A la semana casi inundamos el carnaval.
Al poco tiempo me tocó estar al lado de mi mejor amiga en un momento muy difícil.
Esos que te ponen todo en perspectiva. Que te hacen dar cuenta como muchas veces lloramos por cosas tan pequeñas, comparadas con otras.
Lastima que muchas veces nos olvidemos de eso al poco tiempo.
Después llegó 1821. Fue LA fiesta.
Y casi sin darme cuenta la semana pasó y cambié de continente.
Por fin llego mi momento de conocer esos lugares de los que había leído tanto, en el colegio, y por placer. De conocer torres y monumentos, y museos y arcos, y avenidas, y gente y culturas. Y volver tan llena de cultura. Fue increíble. Sigo llenándome de alegría cada vez que me acuerdo todas las cosas que pude ver y sentir y vivir.
Lamentablemente, siempre es preciso volver a la realidad.
Una realidad que este año ponía delante de mí el último de mi carrera.
No lo podía creer. No lo puedo creer. Como paso el tiempo. Como pasaron las materias…
Así los días y meses fueron pasando.
Tuve y tengo tres amigas que estuvieron conmigo a lo largo de todo este año, y que por lo que nos toco vivir juntas, se que van a estar, mejor dicho, que vamos a estar juntas mucho más tiempo.
Y después el 14 de mayo, y el 24 de junio. Senti que todo mi mundo se derrumbaba. Todo, absolutamente todo. No me importaba cuanta gente o cuantas veces me dijeran que todo iba a estar bien (como finalmente resulto). Yo estaba mal, no podía salir de un pozo de tristeza terrible.
Por algo que como creo, me enseñaron otras cosas, era una pequeñez, algo casi sin sentido.
De hecho, mirándolo a la distancia todo termino saliendo muy bien. Pero en el momento sentí que fracasaba. Que lo único que sabía hacer bien, lo estaba haciendo mal. Que no me quedaba nada.
Como para aprender todo eso, algo más tenía que pasar en este año. Estar sola, sentirme sola, llegar hasta abajo para poder volver a salir. Marcar los días en la agenda como si estuviera presa. Y peor, sin saber cuando mi condena terminaba. Veintitres días. Muchos. Si de algo sirvieron, supongo que algo lo valieron. Al menos a lo largo de ellos cree una conexión con alguien a quien jamás había visto en mi vida, que en ese momento me abrió la cabeza y me ayudó, y estuvo conmigo, cuando en realidad no me animaba a mostrarme a nadie.
También tuve mis momentos pseudo-zens. Dos viajes con familiares intercambiados que me dieron semanas algo más tranquilas y muchos regalos a la vuelta.
Estudié. Estudié muchísimo. Por suerte, amo amo lo que hago, es lo mio. Lo se.
Me costará encontrar mi veta aun pero se que estoy en camino.
Casi con el año en su recta final, me tocó de nuevo estar con una de mis mejores amigas ahí.
En una situación que no se la deseo a nadie. En un momento muy triste y doloroso.
De esos que te desgarran. Que la veía y lloraba abrazada a ella, porque no podía, no podía creerlo, ni entenderlo, ni explicarlo. No.
Y de nuevo esa sensación de lo perecederos que lamentablemente somos. De cómo podemos estar y dejar de estar en este mundo al día siguiente.
Esa necesidad de valorar cada día y de poner los que parecen grandes problemas en perspectiva.
Los últimos días de octubre me regalaron un nuevo compañero de trabajo.
Uno que una parte muy honda de mi esperaba hacia rato.
Y aunque nadie lo entienda, o aunque ni yo misma pueda explicarlo, me hace feliz.
Me hace feliz cada día saber que esta a sólo unas escaleras de distancia (y algún pasillo).
Y el año empezó a terminarse.
Empecé un nuevo blog.
Un poco con la idea de abandonar ese espacio anterior tan gris, tan triste, al que huía cuando estaba mal. Necesitaba también escapar a un lugar cuando estaba bien. Creo que cumpli un poco el cometido.
Y después, en una semana breve, brevísima, una cuenta regresiva que cambiaba constantemente, que tenía final incierto, se termino! Que día tan feliz que fue ese 30 de noviembre. Con tanta gente que quiero tanto que no me esperaba. Con un montón de regalos. Con uno que sigo viendo cada día cuando me voy de casa y cuando llego.
Vino algo más de trabajo, más horas, tiempo, tareas, pero también más tranquilidad. Mas de mis amigas. Mas con mi compañero en tantos sentidos.
Navidad. Y ya, en dos días, se termina el 2009.
Y como escuche por ahí el otro día “Por primera vez en mi vida no se que viene, no se que va a pasar. Y me siento absolutamente bien con eso”.
Au revoir.